sábado, 3 de noviembre de 2007

I. Como una novela. Daniel Pennac.

El verbo leer no tolera el imperativo. Es una aversión que comparte con algunos otros verbos: “amar”, “soñar”…

Claro que se puede intentar. Se podría decir por ejemplo: “¡Ámame!”, “¡Sueña!”, “¡Lee!”, “¡Lee! Pero lee pues, buena vida, ¡te ordeno leer!”

- ¡Sube a tu cuarto y lee!

¿Resultado?

Ninguno.

Se duerme sobre el libro. De pronto le parece que la ventana se abre hacia algo muy deseable. Por allí se evade, para escapar al libro. Pero es un sueño vigilante: el libro sigue abierto frente a él. Basta que abramos la puerta de su cuarto para que lo encontremos sentado frente a su escritorio, ocupado con juicio en leer. Podemos subir sigilosos como un gato, pero desde la superficie de su sueño nos sentirá llegar.

- Entonces, ¿te gusta?

No nos contestará que no. Sería un crimen de lesa majestad. El libro es sagrado, ¿cómo podría no gustarle leer? No, nos dirá que las descripciones son demasiado largas.

Tranquilizados, regresamos a nuestro sillón frente al televisor. Es posible incluso que esta reflexión suscite un debate apasionante entre nosotros y los otros nuestros…

- Encuentra las descripciones demasiado largas. Hay que comprenderlos, estamos en el siglo del audiovisual y los novelistas del siglo XIX tenían que describir todo…

- ¡Pero esa no es una razón para permitirle que se salte la mitad de las páginas!



No nos fatiguemos, él ha vuelto a dormirse.

1 comentario:

rosa_desastre dijo...

Siempre pensé que "un libro es el único amigo que soporta el abandono sin hacerte preguntas"
Pero aun hay mucha gente que no lo sabe....
Gracias por tu comentario en mi blog Soliloquio.
Un beso, Rosa